sábado, 17 de agosto de 2013

ANTROS




El aspecto de un bar a lo lejos
las estatuas y sus vasos colmados de fiebre
el tiempo que añejo sus rostros
el vomito que hizo charcos de pasado
mala muerte en plan de mejor vida
la neblina que ondea como bandera del pulmón
una mujer arrastrada por cinco décadas de dolor
busca compañero para el éxtasis infinito
nombres pintados en los baños
no son más que el recuerdo oxidado de una juventud olvidada...
tarde, en un lugar así nunca existe esa palabra
en esos lugares hasta el mas santo se ahorca con su propia aureola
el brindis que se escucha a lo lejos, como campanada de triunfo
solamente es el inicio del fin, que culmina en arrepentimiento.

Lugar que da cobijo a los malos días en los trabajos, a los engaños
a las traiciones, al no llegar a fin de mes, al abandono, al insulto
al rechazo y a infinidad de enfermedades cotidianas
cuya cura esta escrita en el fondo del vaso...


Gonzalo Fabris

viernes, 7 de junio de 2013

ANNABELA




Vamos a ver. . .

¿Hoy cuantas botellas desapareceré?

A quien le importa, siempre bebo suficiente para perder la cuenta.

Mi negocio es beber, gano tanto como quien busca el olvido y termina regodeándose en recuerdos inevitablemente.

Una vez que viene a mí la primera copa, no descanso hasta que el vaso se desliza por mis dedos y se revienta contra el piso.

Es un ritual sin oficio ni beneficio.

Beber por el placer de tener algo que hacer en este tiempo muerto, que se respira atropelladamente día tras día.

-Pero ya ni hacer eso es divertido. . .

No sé si reírme o llorar pero ya va una semana en que bebo sin emborracharme, no importa cuánto tome, ni de que, no hay efecto.

¿Me estaré volviendo inmune?

Se ríe de mí el viejo cantinero, le he gritado que deje de engañarme y que me de licor en vez de agua. El sin inmutarse me muestra nueva la botella, ante mi viene y la destapa, me sirve, la bebo y simplemente nada. . .

Primero un vaso, luego dos, hasta que esa botella se acaba, la sucede otra y otra,hasta que la noche también se acaba.

Salgo. . . camino. . . maldiciendo como jode la luz tan temprano.

Preferiría que todo fuera oscuro, al menos no sería tan obvio tanto desencanto.

A la final, que ya nada me importa.

Sigo caminando. . . Amanece. . .hay sol, es de mañana y hay tanto ruido, es ensordecedor.

¿Porque la gente no se guardara sus falsas sonrisas?

Seguro la amargura es solo mía, como no, hipócritas. . .

Cruzo la calle, esa que separa el sitio donde duermo y un parque, nada especial como siempre, hasta que la veo.

Allí está ella sentada tan serena en el mismo sitio desde que beber no es medicina, una semana como si fuera un compromiso, una casualidad extraña, la miro, está bajo el mismo árbol ,en el mismo banco, con uno de sus libros y una botella de vino a medio beber y una copa, una visión curiosa para ver a las nueve de la mañana.

En mí no queda más que el hastió, aun así me acerco, me paro enfrente y la miro, su rostro está oculto por el libro, solo veo subir y bajar la copa, primero llena luego vacía, ni siquiera percibo cuando vuelve a llenarse, la falta de sueño me tiene alucinando, sí, eso debe ser. . .

Pasa un minuto, dos, cinco, diez, ella no se mueve, yo. . . Tampoco.

La copa sigue subiendo y bajando, el contenido de la botella va desapareciendo.

El aire huele a vino y a ella.

Y yo por primera vez en una semana, por fin me embriago.

Su rostro aparece por encima del libro, me sonríe maliciosa, me mira me estudia, tiene esa expresión de quien se burla con sorna. Despacio va colocándose de pie.

Yo no puedo moverme, solo la miro.

Al fin decide hablarme. . .

- ¿Me recuerdas?

¿Recordarla?

¿De qué?

¿De donde?

¿De un sueño tal vez?

Al final le digo sinceramente que no.

Ella se ríe y esa risa me eriza hasta los huesos, mi cuerpo tiembla por un terror inexplicable o puede ser frio, eso debe ser. . .

Otro silencio, ¿Qué demonios hago aquí con esta mujer?

Me mira a los ojos y su expresión es la misma. Burlona y afilada.

Al final habla.

- Que lástima que tengas tan mala memoria, déjame ayudarte, ¿recuerdas hace un mes, ese domingo en la tarde? . . . ¿No?. . . ¿El muelle?. . . Bien dicen que los recuerdos son caprichosos.

- Pues bien, llegaste borracho, como raro, maldiciendo, te paraste al borde, a contemplar como dijiste, el profundo mar, el azul infierno. Le gritabas al mundo de tu miseria, como un niño pobre al que le han robado su paleta. Intenso, seguro y totalmente ebrio. Una imagen que daba pena, totalmente desastrosa. Te vi divagar, lo escuche como si no hubiera otra cosa, era imposible ignorar esos gritos, llegaban hasta el centro de las rocas.

- Te quejaste de todo y de nada, de los placeres y pecados.

Así que decidí hacerte un favor. . .

¿Favor?

- Claro, te sacaré por entero de tu miseria, ya no pertenecerás al mundo, ya no tendrás quejas. . .

- ¿Quieres saber por qué ya el alcohol no hace estragos en tu sistema?

- Es fácil. . . el que ya no tiene alma de bebedor, no tiene desdichas, ni descaros, ni felicidades, ni penas, pero tampoco tiene la satisfacción del buen alcohol. . . Pronto tampoco tendrá vida.

Dando ella un último trago, sin que al fin quedara más vino en aquella extraña botella, se acerca, yo estoy con la boca seca, me tenso, me mira desafiante como si fuera un cazador al acecho y yo su pobre presa. El miedo me corroe, hasta que su voz me agarra por sorpresa.

- Mucho gusto señor mi nombre es Annabela, es su alma caballero la que estaba dentro llenando mi botella, ha sido un placer beberme su vida copa por copa, deliciosa, cálida y pesarosa, hasta la última amarga gota. . .

El alcohol no hace los tragos, los hacen las almas rotas. . . 


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lunes, 27 de mayo de 2013

ALLÍ EN EL BAR




Autor: María Delia Minor

 
Él se encontraba en el bar. Sentado en la misma mesa de siempre, la más alejada de la vidriera, ése era el mejor lugar para observar sin ser observado. Desde ahí veía la entrada, el mostrador de madera antiguo donde estaba Manuel, el dueño del lugar desde que él recordaba, con su camisa blanca de corbata moño que le daban un aspecto atemporal.

No sabía por qué, pero se sentía tan a gusto, tan seguro. Le parecía que el día no existía, que no había un antes o un después. Tenía la impresión que su vida comenzaba y acababa en ese sitio.
 
Cada tarde, sin variar, miraba las personas que entraban e imaginaba una historia para cada una, les creaba un pasado, una familia, amantes, novios, encuentros secretos. Así se sucedían los días esperando que llegase el momento de volver a su mesa de siempre a crear historias.
 
Una tarde la vio por primera vez, era joven, delgada, pelirroja, de tez tan blanca que parecía transparente. No pudo dejar de mirarla. La miraba sin que ella lo viera. La miraba como no había mirado a nadie. La miraba y sentía algo extraño, algo que lo inquietaba pero que le gustaba sentir. Cuando ella se levantó dirigiéndose a la puerta pensó en hablarle pero no se animó. Al verla desaparecer en la oscuridad se sintió solo, triste, arrepentido por su cobardía, pero volvería e igual que él ocuparía siempre el mismo lugar. No sabía muy bien por qué o para qué pero había decidido seguirla, necesitaba saber algo más.
 
La vio entrar, sentarse en el lugar de siempre, pedir un café y esperar, simplemente esperar con la mirada perdida en la calle. Mirando sin ver a nadie.
 
Cuando se levantó, él también lo hizo pero al llegar a la puerta ella ya no estaba, había desaparecido.
 
Fue por esos días de angustia que escuchó a Manuel hablar con varios clientes sobre un fantasma que rondaba el bar esperando a su amor que nunca llegaba, creyó que era ella , que venía a esperar a su enamorado día tras día sin saber que él nunca vendría, sin saber que se encontraba condenada por toda la eternidad.
 
Se desesperó imaginando la manera de poder contactarse con esa misteriosa mujer, cuando vio a Manuel señalar directamente hacia su mesa diciéndole a un cliente:
-Allí, en esa mesa vacía, el pobrecito esperaba todas las tardes a su amada.



viernes, 24 de mayo de 2013

EL DESTINO


 
 
Un viernes como cualquiera pensé, mientras me encaminaba a casa, luego de una dura semana de trabajo, después de recorrer unas cuantas cuadras una infame lluvia me sorprendió, pero no era una lluvia normal, de esas bajo las cuales no me molesta caminar, era una lluvia fuerte, empeorada por ráfagas de viento que a pesar de lo mojado de las hojas marchitas de aquel otoño, las hacía volar por los aires junto con los típicos papelitos que la gente arroja por ahí, entre ellos hubo uno, que me golpeó en el lado izquierdo del pecho exactamente, al retirarlo, pude leer en él con letras algo borrosas un número… 217 55 01. ¿Era un número telefónico? No creo, le faltaban un par de cifras, tal vez un número importante para alguien, sea como sea decidí guardarlo en el bolsillo de mi abrigo, el viento seguía arreciando y al mismo tiempo empujándome con muchísima certeza a la entrada de aquel bar. El Destino le llamaban, raro nombre. La verdad, lo había visto muchas veces, pero su aspecto un tanto descuidado nunca me invitó a visitarlo; algunos compañeros de trabajo comentaban que los mojitos de ese sitio eran increíbles y de las agradables y bohemias noches que allí pasaban. Así que pensé, que no sería tan malo después de tanto estrés, probar al fin esos famosos cocteles mientras compartía algo de la alegría de mis colegas.

Entré, pero algo raro sucedió, el ambiente interior no reflejaba para nada su aspecto externo, la música era un delicioso jazz bastante relajante, paredes decoradas con rockabilia, mesas y sillas de madera tallada, simples, pero bastante agradables estéticamente y de seguro muy cómodas; la barra con su tono a media luz y los colores de las botellas creaban un ambiente casi mágico y, al fin como cereza de pastel en una de las mesas…ella, una preciosa pelirroja completamente empapada, también de pies a cabeza.

De mis colegas ni huellas quedaban, tal vez decidieron ir a otro lugar o era que me había tardado demasiado terminando las propuestas para el nuevo proyecto, que no me había fijado en la hora; era raro, mi reloj marcaba las 10 y 55 segundos, exactamente la misma hora de aquel viejo reloj de piñas de aquella esquina en el bar… sincronizados a la perfección.

Pero, a pesar de ser un suceso extraño, mi vista no pudo hacer más que volver a dirigirse a esa mesa donde se encontraba aquella preciosa y solitaria chica, más raro aún, ella hacía lo mismo que yo, mirando alternadamente su pequeño reloj de pulsera, el del bar y mi cara de sorprendido.

“Te estábamos esperando Joe”, gritó el viejo bar tender desde la barra, su cara no se distinguía bien por el humo que salía de su extraña pipa…”Te hemos estado esperando por mucho tiempo”, concluyó, yo sonreí mientras me acercaba a él diciéndole que debe estarme confundiendo con alguien más, a pesar de tener mi nombre correcto; tal vez era una coincidencia como lo del reloj y la chica, pensé.

Pero, ¿tantas coincidencias?, esto ya me empezaba a parecer algo misterioso, sin responder a mis palabras, puso 2 mojitos sobre la mesa de la barra…al tiempo que me dijo: “Tú sabes que hacer”.

La verdad no lo sabía, pero intuí que lo que quería era que invitara un trago a aquella dama del reloj, así que me dejé poseer por la magia bastante ilógica, pero especial del momento y me dirigí hacia ella algo temeroso de una negativa.

Me miraba algo tímida, pero a la vez ansiosa y al llegar a su mesa y casi tartamudeando ofrecerle su bebida, solo sonrió mirándome fijamente y extendió su mano con un papelito mojado exactamente igual al mío que dejaba leer entre letras algo borrosas: 10 55 JOE, entonces comprendí, que había leído mal el mío, lo saqué del bolsillo, se lo enseñé también y sonreí diciéndole: “Es un placer conocerte, Liz”.




viernes, 8 de febrero de 2013

SU FIEL AMIGO





Un viernes cualquiera por la tarde, casi como éste, Mary y su mejor amiga Juana caminaban despreocupadas por la calle, disfrutando del clima y su amistad más que todo, cuando de pronto, por sorpresa se encontraron con Pepe y Luis, sus respectivos novios, el casual encuentro llevó a las parejas a decidir que sería interesante festejar este hecho, así que se decidieron ir a un pequeño, pero acogedor bar que les quedaba cerca, así lo hicieron.

El calor de las copas, la excelente música y lo mágico del momento, hicieron que la noche se apresurara para ser testigo también de esta reunión bohemia y amante.

Pepe ordenaba una ronda, Luis la siguiente y así, el dulce néctar de los tragos, sumado al calor de la pasión de estas singulares parejas, provocó que aquel acogedor bar ya no fuera suficiente para dar paso a la incontenible pasión que desbordaba por sus poros y debían profesarse. Pepe, ni corto ni perezoso propuso seguir la fiesta en su casa que no quedaba tan lejos, todos estuvieron de acuerdo. Así que ordenaron una botella pequeña para llevar, pensaron…con esto será suficiente.

Pero no fue así, al llegar a casa de Pepe, la celebración se intensificó aún más, la pequeña botella no duró, terminó en un abrir y cerrar de ojos; llego otra y otra más. En este momento Mary se detuvo y dijo: “Ya es muy tarde, tengo que irme”, Pepe la tomó de un brazo, sin decirle nada la sentó en su cama y la empezó a besar. El ambiente ya sin inhibiciones fue el causante para que la pasión se desatara por completo, Mary olvidó totalmente sus ganas de irse y se entregaba entera y apasionadamente a su novio; por su parte, Juana y Luis, tampoco desaprovecharon la ocasión, ustedes saben, el típico precalentamiento de pareja, besos apasionados, caricias que rebasan los límites del pudor, manos que no pueden detenerse por fronteras de ropa, en fin…todo iba a la perfección. Juana, totalmente poseída por ese demonio placentero de su sexo, no pudo más y quiso entregarse ya, en ese mismo instante a Luis, su amoroso novio.

Pero algo pasó, no se supo nunca si fue la borrachera, tal vez la emoción del encuentro, el frío, tal vez su horóscopo se lo predijo, pero a Luis, nunca le funcionó, su fiel amigo.

Juana, como toda mujer en esos casos creo, se sintió tan ofendida, tan poco deseada y decepcionada que mandó a volar ese mismísimo instante a su galán.

Este fue el toque que culminó la fiesta en las peores circunstancias, pero así pasó, desde ese día Luis y Juana tomaron distintos rumbos, Él jamás insistió, lo único que hace cada vez que por esas cosas del azar encuentra a cualquiera de sus ex amigos por la calle, es bajar la cabeza o voltear para otro lado y seguir su camino.




lunes, 28 de enero de 2013

VAGABUNDO





Era de noche de esas noches en que caminas despacio y en tu camino se atraviesa un pequeño pero llamativo bar.

Entré, si, más que por curiosidad podría decir que lo hice por aburrimiento.

Me senté en una esquina y observe el lugar

Acogedor, nada ostentoso, unas cuantas mesas, una barra central, botellas de colores y una luz suave, que hacia que todo se viese más interesante de lo normal.

No sé cuánto tiempo paso, pedí una copa, luego dos hasta consumir la botella entera, no pensaba en nada solo bebía.

Me dejaba llevar por la música y su agradable melodía.

Mentiría si dijera el nombre de alguna canción en especial, pues solo las oía, sin detenerme en realidad a escuchar. Una tras otra sonaban sin parar, a un volumen ameno por si querías conversar, pero en esa soledad que me acompañaba, solo podría conversar con mi consciencia.

Así que seguí contemplando mi trago, ese líquido en partes amargo que bebía constante como si tuviera el vaso un poder embrujante.

Estaba como idiota yo mirando la copa cuando a través de ella pude observar una figura inquieta que se acercaba sin titubear.

Yo dije, ya me hizo efecto el alcohol, ya desvarío sin control.

Pero ahí estaba ella, sonriendo de ese modo tan encantador.

Era la novia de un bohemio que esta noche se entregaba indefenso a una botella de ron.

Mi mirada se centró en ella, no existía más para mí que su presencia, ya no bebía, no hablaba, tan solo respiraba por inercia.

¿Qué hacia allí?, ¿o seria esta borrachera la que me hiciera invocar su presencia?

No, no, no!

Esto tenía que ser real, lo deseaba con todas mis fuerzas.

No pude moverme, ella con calma se sentó y como acostumbraba se recostó apoyando un brazo sobre la mesa.

Sus ojos marrones me miraban curiosos, casi podría decir que tenían un toque divertido.

Su boca con ese carmín que los delineaba hasta dejarlos deliciosos, dibujaban una perfecta picardia en ese rostro que tanto amaba.

No decía nada, tan solo estaba allí, me miraba.

Pasaron minutos, tal vez horas, no lo sé. No podía dejar de mirarla, estaba hipnotizado, perdido, por esa mujer y su alma.

Hasta que el mesero se acercó diciéndome que cerraban, me distraje mientras pague la cuenta y cuando gire ya no estaba.

Salí del bar y seguí caminando, con una sonrisa triste no más para evitar las lágrimas.

A quien engañaba, era mi mente la que conmigo jugaba, ella no estuvo, desde hace un mes que conmigo no estaba.

La había dejado sola, tan bella y fría en medio de una cama de madera. Aquella Su última morada, adornada de mármol y tierra.

Hoy solo me queda su recuerdo y una melancólica emoción, que me lleva cada noche a vagar de bar en bar, esperando con paciencia hasta que a mi mesa su fantasma se vuelva a sentar.