
Vamos a ver. . .
¿Hoy cuantas botellas desapareceré?
A quien le importa, siempre bebo suficiente para perder la cuenta.
Mi negocio es beber, gano tanto como quien busca el olvido y termina regodeándose en recuerdos inevitablemente.
Una vez que viene a mí la primera copa, no descanso hasta que el vaso se desliza por mis dedos y se revienta contra el piso.
Es un ritual sin oficio ni beneficio.
Beber por el placer de tener algo que hacer en este tiempo muerto, que se respira atropelladamente día tras día.
-Pero ya ni hacer eso es divertido. . .
No sé si reírme o llorar pero ya va una semana en que bebo sin emborracharme, no importa cuánto tome, ni de que, no hay efecto.
¿Me estaré volviendo inmune?
Se ríe de mí el viejo cantinero, le he gritado que deje de engañarme y que me de licor en vez de agua. El sin inmutarse me muestra nueva la botella, ante mi viene y la destapa, me sirve, la bebo y simplemente nada. . .
Primero un vaso, luego dos, hasta que esa botella se acaba, la sucede otra y otra,hasta que la noche también se acaba.
Salgo. . . camino. . . maldiciendo como jode la luz tan temprano.
Preferiría que todo fuera oscuro, al menos no sería tan obvio tanto desencanto.
A la final, que ya nada me importa.
Sigo caminando. . . Amanece. . .hay sol, es de mañana y hay tanto ruido, es ensordecedor.
¿Porque la gente no se guardara sus falsas sonrisas?
Seguro la amargura es solo mía, como no, hipócritas. . .
Cruzo la calle, esa que separa el sitio donde duermo y un parque, nada especial como siempre, hasta que la veo.
Allí está ella sentada tan serena en el mismo sitio desde que beber no es medicina, una semana como si fuera un compromiso, una casualidad extraña, la miro, está bajo el mismo árbol ,en el mismo banco, con uno de sus libros y una botella de vino a medio beber y una copa, una visión curiosa para ver a las nueve de la mañana.
En mí no queda más que el hastió, aun así me acerco, me paro enfrente y la miro, su rostro está oculto por el libro, solo veo subir y bajar la copa, primero llena luego vacía, ni siquiera percibo cuando vuelve a llenarse, la falta de sueño me tiene alucinando, sí, eso debe ser. . .
Pasa un minuto, dos, cinco, diez, ella no se mueve, yo. . . Tampoco.
La copa sigue subiendo y bajando, el contenido de la botella va desapareciendo.
El aire huele a vino y a ella.
Y yo por primera vez en una semana, por fin me embriago.
Su rostro aparece por encima del libro, me sonríe maliciosa, me mira me estudia, tiene esa expresión de quien se burla con sorna. Despacio va colocándose de pie.
Yo no puedo moverme, solo la miro.
Al fin decide hablarme. . .
- ¿Me recuerdas?
¿Recordarla?
¿De qué?
¿De donde?
¿De un sueño tal vez?
Al final le digo sinceramente que no.
Ella se ríe y esa risa me eriza hasta los huesos, mi cuerpo tiembla por un terror inexplicable o puede ser frio, eso debe ser. . .
Otro silencio, ¿Qué demonios hago aquí con esta mujer?
Me mira a los ojos y su expresión es la misma. Burlona y afilada.
Al final habla.
- Que lástima que tengas tan mala memoria, déjame ayudarte, ¿recuerdas hace un mes, ese domingo en la tarde? . . . ¿No?. . . ¿El muelle?. . . Bien dicen que los recuerdos son caprichosos.
- Pues bien, llegaste borracho, como raro, maldiciendo, te paraste al borde, a contemplar como dijiste, el profundo mar, el azul infierno. Le gritabas al mundo de tu miseria, como un niño pobre al que le han robado su paleta. Intenso, seguro y totalmente ebrio. Una imagen que daba pena, totalmente desastrosa. Te vi divagar, lo escuche como si no hubiera otra cosa, era imposible ignorar esos gritos, llegaban hasta el centro de las rocas.
- Te quejaste de todo y de nada, de los placeres y pecados.
Así que decidí hacerte un favor. . .
¿Favor?
- Claro, te sacaré por entero de tu miseria, ya no pertenecerás al mundo, ya no tendrás quejas. . .
- ¿Quieres saber por qué ya el alcohol no hace estragos en tu sistema?
- Es fácil. . . el que ya no tiene alma de bebedor, no tiene desdichas, ni descaros, ni felicidades, ni penas, pero tampoco tiene la satisfacción del buen alcohol. . . Pronto tampoco tendrá vida.
Dando ella un último trago, sin que al fin quedara más vino en aquella extraña botella, se acerca, yo estoy con la boca seca, me tenso, me mira desafiante como si fuera un cazador al acecho y yo su pobre presa. El miedo me corroe, hasta que su voz me agarra por sorpresa.
- Mucho gusto señor mi nombre es Annabela, es su alma caballero la que estaba dentro llenando mi botella, ha sido un placer beberme su vida copa por copa, deliciosa, cálida y pesarosa, hasta la última amarga gota. . .
El alcohol no hace los tragos, los hacen las almas rotas. . .
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