lunes, 28 de enero de 2013

VAGABUNDO





Era de noche de esas noches en que caminas despacio y en tu camino se atraviesa un pequeño pero llamativo bar.

Entré, si, más que por curiosidad podría decir que lo hice por aburrimiento.

Me senté en una esquina y observe el lugar

Acogedor, nada ostentoso, unas cuantas mesas, una barra central, botellas de colores y una luz suave, que hacia que todo se viese más interesante de lo normal.

No sé cuánto tiempo paso, pedí una copa, luego dos hasta consumir la botella entera, no pensaba en nada solo bebía.

Me dejaba llevar por la música y su agradable melodía.

Mentiría si dijera el nombre de alguna canción en especial, pues solo las oía, sin detenerme en realidad a escuchar. Una tras otra sonaban sin parar, a un volumen ameno por si querías conversar, pero en esa soledad que me acompañaba, solo podría conversar con mi consciencia.

Así que seguí contemplando mi trago, ese líquido en partes amargo que bebía constante como si tuviera el vaso un poder embrujante.

Estaba como idiota yo mirando la copa cuando a través de ella pude observar una figura inquieta que se acercaba sin titubear.

Yo dije, ya me hizo efecto el alcohol, ya desvarío sin control.

Pero ahí estaba ella, sonriendo de ese modo tan encantador.

Era la novia de un bohemio que esta noche se entregaba indefenso a una botella de ron.

Mi mirada se centró en ella, no existía más para mí que su presencia, ya no bebía, no hablaba, tan solo respiraba por inercia.

¿Qué hacia allí?, ¿o seria esta borrachera la que me hiciera invocar su presencia?

No, no, no!

Esto tenía que ser real, lo deseaba con todas mis fuerzas.

No pude moverme, ella con calma se sentó y como acostumbraba se recostó apoyando un brazo sobre la mesa.

Sus ojos marrones me miraban curiosos, casi podría decir que tenían un toque divertido.

Su boca con ese carmín que los delineaba hasta dejarlos deliciosos, dibujaban una perfecta picardia en ese rostro que tanto amaba.

No decía nada, tan solo estaba allí, me miraba.

Pasaron minutos, tal vez horas, no lo sé. No podía dejar de mirarla, estaba hipnotizado, perdido, por esa mujer y su alma.

Hasta que el mesero se acercó diciéndome que cerraban, me distraje mientras pague la cuenta y cuando gire ya no estaba.

Salí del bar y seguí caminando, con una sonrisa triste no más para evitar las lágrimas.

A quien engañaba, era mi mente la que conmigo jugaba, ella no estuvo, desde hace un mes que conmigo no estaba.

La había dejado sola, tan bella y fría en medio de una cama de madera. Aquella Su última morada, adornada de mármol y tierra.

Hoy solo me queda su recuerdo y una melancólica emoción, que me lleva cada noche a vagar de bar en bar, esperando con paciencia hasta que a mi mesa su fantasma se vuelva a sentar.


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