lunes, 27 de mayo de 2013

ALLÍ EN EL BAR




Autor: María Delia Minor

 
Él se encontraba en el bar. Sentado en la misma mesa de siempre, la más alejada de la vidriera, ése era el mejor lugar para observar sin ser observado. Desde ahí veía la entrada, el mostrador de madera antiguo donde estaba Manuel, el dueño del lugar desde que él recordaba, con su camisa blanca de corbata moño que le daban un aspecto atemporal.

No sabía por qué, pero se sentía tan a gusto, tan seguro. Le parecía que el día no existía, que no había un antes o un después. Tenía la impresión que su vida comenzaba y acababa en ese sitio.
 
Cada tarde, sin variar, miraba las personas que entraban e imaginaba una historia para cada una, les creaba un pasado, una familia, amantes, novios, encuentros secretos. Así se sucedían los días esperando que llegase el momento de volver a su mesa de siempre a crear historias.
 
Una tarde la vio por primera vez, era joven, delgada, pelirroja, de tez tan blanca que parecía transparente. No pudo dejar de mirarla. La miraba sin que ella lo viera. La miraba como no había mirado a nadie. La miraba y sentía algo extraño, algo que lo inquietaba pero que le gustaba sentir. Cuando ella se levantó dirigiéndose a la puerta pensó en hablarle pero no se animó. Al verla desaparecer en la oscuridad se sintió solo, triste, arrepentido por su cobardía, pero volvería e igual que él ocuparía siempre el mismo lugar. No sabía muy bien por qué o para qué pero había decidido seguirla, necesitaba saber algo más.
 
La vio entrar, sentarse en el lugar de siempre, pedir un café y esperar, simplemente esperar con la mirada perdida en la calle. Mirando sin ver a nadie.
 
Cuando se levantó, él también lo hizo pero al llegar a la puerta ella ya no estaba, había desaparecido.
 
Fue por esos días de angustia que escuchó a Manuel hablar con varios clientes sobre un fantasma que rondaba el bar esperando a su amor que nunca llegaba, creyó que era ella , que venía a esperar a su enamorado día tras día sin saber que él nunca vendría, sin saber que se encontraba condenada por toda la eternidad.
 
Se desesperó imaginando la manera de poder contactarse con esa misteriosa mujer, cuando vio a Manuel señalar directamente hacia su mesa diciéndole a un cliente:
-Allí, en esa mesa vacía, el pobrecito esperaba todas las tardes a su amada.



viernes, 24 de mayo de 2013

EL DESTINO


 
 
Un viernes como cualquiera pensé, mientras me encaminaba a casa, luego de una dura semana de trabajo, después de recorrer unas cuantas cuadras una infame lluvia me sorprendió, pero no era una lluvia normal, de esas bajo las cuales no me molesta caminar, era una lluvia fuerte, empeorada por ráfagas de viento que a pesar de lo mojado de las hojas marchitas de aquel otoño, las hacía volar por los aires junto con los típicos papelitos que la gente arroja por ahí, entre ellos hubo uno, que me golpeó en el lado izquierdo del pecho exactamente, al retirarlo, pude leer en él con letras algo borrosas un número… 217 55 01. ¿Era un número telefónico? No creo, le faltaban un par de cifras, tal vez un número importante para alguien, sea como sea decidí guardarlo en el bolsillo de mi abrigo, el viento seguía arreciando y al mismo tiempo empujándome con muchísima certeza a la entrada de aquel bar. El Destino le llamaban, raro nombre. La verdad, lo había visto muchas veces, pero su aspecto un tanto descuidado nunca me invitó a visitarlo; algunos compañeros de trabajo comentaban que los mojitos de ese sitio eran increíbles y de las agradables y bohemias noches que allí pasaban. Así que pensé, que no sería tan malo después de tanto estrés, probar al fin esos famosos cocteles mientras compartía algo de la alegría de mis colegas.

Entré, pero algo raro sucedió, el ambiente interior no reflejaba para nada su aspecto externo, la música era un delicioso jazz bastante relajante, paredes decoradas con rockabilia, mesas y sillas de madera tallada, simples, pero bastante agradables estéticamente y de seguro muy cómodas; la barra con su tono a media luz y los colores de las botellas creaban un ambiente casi mágico y, al fin como cereza de pastel en una de las mesas…ella, una preciosa pelirroja completamente empapada, también de pies a cabeza.

De mis colegas ni huellas quedaban, tal vez decidieron ir a otro lugar o era que me había tardado demasiado terminando las propuestas para el nuevo proyecto, que no me había fijado en la hora; era raro, mi reloj marcaba las 10 y 55 segundos, exactamente la misma hora de aquel viejo reloj de piñas de aquella esquina en el bar… sincronizados a la perfección.

Pero, a pesar de ser un suceso extraño, mi vista no pudo hacer más que volver a dirigirse a esa mesa donde se encontraba aquella preciosa y solitaria chica, más raro aún, ella hacía lo mismo que yo, mirando alternadamente su pequeño reloj de pulsera, el del bar y mi cara de sorprendido.

“Te estábamos esperando Joe”, gritó el viejo bar tender desde la barra, su cara no se distinguía bien por el humo que salía de su extraña pipa…”Te hemos estado esperando por mucho tiempo”, concluyó, yo sonreí mientras me acercaba a él diciéndole que debe estarme confundiendo con alguien más, a pesar de tener mi nombre correcto; tal vez era una coincidencia como lo del reloj y la chica, pensé.

Pero, ¿tantas coincidencias?, esto ya me empezaba a parecer algo misterioso, sin responder a mis palabras, puso 2 mojitos sobre la mesa de la barra…al tiempo que me dijo: “Tú sabes que hacer”.

La verdad no lo sabía, pero intuí que lo que quería era que invitara un trago a aquella dama del reloj, así que me dejé poseer por la magia bastante ilógica, pero especial del momento y me dirigí hacia ella algo temeroso de una negativa.

Me miraba algo tímida, pero a la vez ansiosa y al llegar a su mesa y casi tartamudeando ofrecerle su bebida, solo sonrió mirándome fijamente y extendió su mano con un papelito mojado exactamente igual al mío que dejaba leer entre letras algo borrosas: 10 55 JOE, entonces comprendí, que había leído mal el mío, lo saqué del bolsillo, se lo enseñé también y sonreí diciéndole: “Es un placer conocerte, Liz”.